Diario Irlandés ~ Heinrich Böhl
Durante gran parte de la historia del hombre uno de
los más sabios consejos, efectivo generación tras generación en pos de combatir
la intolerancia y abrir las mentes contra el embrutecimiento del pensamiento
único, ha sido el de viajar, interaccionar con otras civilizaciones; conocer
mundo. El viajero regresaba y sus allegados se reunían para escuchar sus
aventuras mientras absorbían conocimientos. En las últimas décadas el hecho de
viajar, si bien sigue siendo una recomendación saludable, carece del potencial
cultural que atesoraba en otras épocas; ahora todo el mundo viaja. Igualmente
ha perdido parte del romanticismo y su capacidad de asombro; quien más o quien
menos, antes de salir de casa, se ha documentado y visto fotos y vídeos de
aquello que luego visitará, conociendo incluso de antemano, las opiniones
de aquellos que ya durmieron en sus futuras camas. Diario irlandés es un
libro anterior a esa globalización cultural que acapara hoy día los viajes; la
antítesis del «típico libro sobre Irlanda» donde el lector puede hallar
datos económicos, históricos u otros reclamos; nada que ver con una guía de
viajes.
Fruto de su
estancia en la isla entre los años 1954 y 1957, Heinrich Böll rescata entre
las páginas de esta pequeña joya de la literatura de viajes, el espíritu del
irlandés antes de que el turismo en masa lo destiñera, desgranando a lo largo
de dieciocho «fragmentos de prosa», un país anclado en el siglo XIII que
mastica pobreza mientras alimenta la esperanza; parco en palabras, que no le
gusta madrugar y abarrota cines e iglesias con la misma devoción santa; país de
casas vacías, pueblos desiertos, que exporta a sus hijos, perros, tabaco,
galletas, cerveza, curas, whiskey, monjas y caballos. Entre caminos que ya no
recorre nadie, Böll va conjugando reflexiones, andanzas, desvaríos, situaciones
inverosímiles en la distancia, textos escritos al detalle, de intimidades,
silencios, resignaciones, sorpresas a las que no termina de acostumbrarse el
viajero; que impactan como saetas en la diana. Lecturas de sonrisas tristes y
alegres lágrimas, que nos traen y nos llevan, y nos dejan varados con notas de
ironía entre gentes que desnudan sus almas.
«-Dímelo francamente -me dijo
Padraic después del quinto vaso de cerveza-. ¿Tú no crees que todos los
irlandeses están medio locos?
-No -le dije-; creo que solo la
mitad de los irlandeses están medio locos.
-Tú tendrías que haber sido
diplomático -dijo Padraic, y pidió la sexta cerveza-. Pero ahora dime
francamente si nos consideras un pueblo feliz.
-Me parece -dije- que sois más
felices de lo que os pensáis. Y si supierais lo felices que sois, enseguida
encontraríais algún motivo para ser desgraciados. Tenéis muchos motivos para
ser desgraciados, pero además es que os gusta la poesía de la desgracia. A tu
salud.
Bebimos, y solo después de la sexta
cerveza se atrevió Padraic a preguntarme lo que hacía tanto tiempo ya que tenía
ganas de preguntarme.»
Y Böll
responde y sigue preguntando, vertiendo saberes en crónicas que matizan el
carácter de un pueblo que no conoce la prisa, consciente que «cuando Dios
hizo el tiempo, hizo suficiente». Sólo en ese sosiego puede apreciarse un
cielo de nubes que albergan, todos los tonos grises que separan el negro del
blanco, que vierten sus aguas sobre praderas de verdes sombras, gotas en las
que el lugareño observa alegría al caer en tierra firme tras kilómetros de
océano regado, pues «¿qué placer puede producirle a la lluvia caer siempre
en el agua?». Reflexiones y costumbres de quienes sobreviven en ese paraíso
perdido, felices a pesar del hambre, de las normas clericales, de su fe, su
escepticismo, su gobierno... donde la importancia de un imperdible, una botella
de leche junto a una puerta, o la condición de forastero para abrir una
taberna, son determinantes.
«Trece años
después» Heinrich
Böll vuelve a la isla, pero la Irlanda con la que se encuentra ya no es la
misma, ha avanzado en estos años lo que otros países en varios siglos y ni los
perros se comportan de la misma manera, por lo que decide poner fin a estas
crónicas de viajes, anexo que acompaña en esta edición de Plataforma
Editorial, a otro reivindicativo, «En defensa de los lavaderos»,
un ensayo sobre la dignidad del escritor en una literatura libre de prejuicios.
Cierro estas
sensaciones sobre la esencia oculta de Irlanda con el mismo texto con el que el
autor abre la obra, palabras al más puro Diario irlandés:
«Esta Irlanda existe, pero el autor
no se hace responsable si alguien va allí y no la encuentra.»
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