Masaje para un cabrón ~ Ana R. Cañil

«En estos tiempos, lo verdadero y lo falso se desdibuja en nuestras mentes con gran facilidad. Con lo de la corrupción y los millones en Suiza, las historias que oímos todos los días de políticos y financieros, nada nos extraña. Damos por posible todo lo que nos cuenten de estos personajes, como damos inevitable también que nos tuerzan nuestras vidas con sus decisiones y su dinero, sin más. No tenía más que mirarme a mí misma, quién había sido, quién terminé siendo y quién era ahora, de nuevo gracias a cómo había administrado mi destino toda esta ralea.»


Quien escribe el párrafo anterior es Tasia, protagonista principal y narradora de Masaje para un cabrón, cuarta obra publicada por Ana R. Cañil; una novela estructurada a modo de diario, carente de fechas, sobre tres cuadernos escolares «tipo Rubio», a quien Tasia humaniza («Hola, Cuaderno»/«Hasta mañana, Cuaderno.») relatando a modo de terapia y por consejo de su médica, lo primero que la viene a la cabeza; el estallido de la burbuja inmobiliaria ha precipitado su vida al vacío. Felizmente casada y con dos hijos, había pulido sus estudios de esteticista junto a Silda, propietaria del salón de belleza donde confluyen «las damas más influyentes y glamurosas de Madrid». El negocio floreciente de su marido, albañil metido a constructor, iba viento en popa, por lo que ella también decidió prosperar y abrir su propio salón de belleza en Fuenlabrada, tras estudiar las características de las mujeres que prosperaban económicamente en esa zona: «las mías eran mujeres de albañiles elevados a maestros de obras que se creían arquitectos, de fontaneros que alguna denominaba ingenieros de cañerías o de electricistas que de chispas habían pasado a ser poco menos que primos de Edison». Pero la burbuja estalla, su marido se entrampa en una mala operación comercial, y todas sus ilusiones quedan truncadas; se ve obligada a cerrar su negocio, están a punto de embargarle la casa y la situación matrimonial es insostenible, «un tío que no conozco desde que se quedó en el paro».

Tras padecer durante cinco años la agonía de su nueva situación, habiendo caído el marido en la bebida y ella, soportando episodios esporádicos de violencia de género, decide echar un órdago a la vida agarrándose al primer trabajo que la sale, siendo este como limpiadora en el EuroMadrid Castle; un hotel de lujo cercano a Plaza de Castilla, ubicado en uno de los cuatro rascacielos más altos de España. El opulento entorno de su nueva situación laboral le hace plantearse otros aspectos, antes ignorados, «Son bastante guarros aunque sean ricos. Se puede saber casi todo de un hombre o de una mujer por los restos que dejan en su dormitorio de hotel» / «Si la pobreza es limpia, huele a lejía, a jabón Lagarto, a estropajo de esparto, que era a lo que olían los zaguanes en mi pueblo cuando volvíamos en verano».

Al poco de encontrar este trabajo, empieza a tener encuentros esporádicos con un amante, estableciendo en el barrio de Lavapiés, su nidito de amor, recuperando así el placer sexual y la alegría por vivir. El odio por su marido aumenta a diario, responsabilizándole de todas sus desgracias, hasta que un día éste cruza cualquier umbral permitible y la relación se rompe definitivamente.

En su cabeza se suceden los recuerdos de tiempos mejores, y decide tomarse la justicia por su mano y acabar con todos aquellos que la han llevado a su actual situación. En connivencia con dos de sus amigas y emulando a las Tofanas, se plantean varios asesinatos, entre ellos el de su marido (el cabrón), administrándoles digoxina, un medicamento que acelera el corazón y no deja rastro; ni rastro, ni cargos de conciencia «¿Cómo crees que se han hecho las guerras? Justificando todo con las buenas acciones, con los valores que se iban a alcanzar». Tras una prueba de muestra con resultado positivo, y antes de asesinar al siguiente en la lista, Tasia recibe una proposición de su jefe: «Me abordó directamente. “Tasia, tú sabes qué es eso del final feliz. En todos los países asiáticos forma parte del masaje a los clientes y es, sencillamente, hacerles una paja estupenda, que además es muy saludable y agradecen con excelentes propinas.”» / «Tranquila, mujer, no te descompongas.» «te doblaría el sueldo y creo que debes verlo con la mirada de una profesional, como los ginecólogos o las enfermeras se toman una exploración vaginal o un tacto rectal.». A sus cuarenta y ocho años, y con necesidades económicas los límites morales están difusos, y este plus laboral puede abrirle las puertas para salir del atolladero y facilitar su deseo de ajusticiar a todos los culpables de la crisis; «entre los cabrones entran los banqueros, abogados, arquitectos, y políticos, albañiles y fontaneros».

Masaje para un cabrón es una novela sobre la crisis actual que azota el país con el beneplácito embaucador de todos los partidos políticos;  por sus páginas desfila la corrupción (Bárcenas, Pujol…), las estafas de las Cajas de Ahorros (las Preferentes…), despidos laborales (Coca-Cola…),  desahucios judiciales y demás. Entre toda esa bruma maloliente asistimos al renacimiento de Tasia, abandonando el estilo choni de Fuenlabrada y recuperando el glamour que la hizo triunfar junto a Silda entre la gente más chic. Enternecedora, irónica, a veces cómica, sus desgracias alternan el humor negro y el drama, manteniendo siempre el cariño de fondo, incluso en el odio latente hacia su marido donde quizá se mantengan imborrables los recuerdos de aquel que fue. En su ascendente andadura deja al descubierto muchas de las miserias de los ricos de siempre, así como de aquellos otros, los neohorteras,  don nadies en la mayoría de los casos, a quienes el pelotazo inmobiliario ha situado en un nivel de vida para el que no están culturalmente preparados y en el que a duras penas consiguen mimetizarse: les encanta decir que van a correr «training o raning o similar lo llaman ellas, con el coach (creo que se escribe así o así lo pronuncian, con una patata en la boca».

Un relato de Ana R. Cañil del que se pueden sacar muchas conclusiones y que a buen seguro complacerá a aquel lector que busque en este libro pasar un buen rato, porque, literatura aparte, ¿a quién le desagrada un masaje con final feliz? 



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