Galveston - Nic Pizzolatto

*Informa la prensa que las oscilaciones climáticas que sufrimos a diario, están colapsando las consultas pediátricas, siendo relevantes los altos porcentajes de amigdalitis. Escuchar esa noticia desde el quiosco de los helados es rememorar la extraña sensación que me producía ver, la alegría contenida con la que mis muchos compañeros escolares de edades tempranas pregonaban por la clase la gran cantidad de helados que habían engullido en los días siguientes a la intervención en la que les extirparon las anginas. A pesar de este «premio de consolación» posteriores estudios han puesto en duda los beneficios de esta operación, haciéndose ya solo en casos excepcionales, una vez descubierta la importante misión que las amígdalas cumplen fortaleciendo el sistema inmunitario de nuestro organismo. ¡El cuerpo humano está lleno de complejidades! Muy cerca de las anginas, por debajo de la lengua, se encuentra el hueso hioides, único hueso del cuerpo humano que no está unido a ningún otro; religado a los músculos del cuello, interviene en el proceso de la deglución, siendo el responsable de que los humanos seamos los únicos en desarrollar lenguaje hablado. Hay científicos que se pasan la vida estudiando para explicarnos fenómenos como estos. De ellos se aprovechan otros muchos profesionales; así un policía sabe que el hioides es un hueso que difícilmente tiende a fracturarse y que cuando en un cadáver aparece roto se encuentra ante un claro indicio de estrangulación. Hay otro tipo de «profesionales», quizá menos ilustrados, que poseen conocimientos anatómicos sorprendentes; algunos incluso conocen a la perfección la peculiar sensación que experimentan los pulgares al partir el hueso hioides mientras su propietario les mantiene la mirada; Roy Cody es uno de ellos.



Hay ocasiones en las que la vida parece encontrar cualquier pretexto para burlarse de uno, siendo capaz de hacerte morir ahogado en el mismo agua con el que un día te quitaste la sed. Con esa habilidad macabra puede conseguir sin prestidigitación aparente, que los copos de nieve con los que disfrutaste jugando siendo niño, vuelvan a aparecer con el tiempo, incrustados en una inolvidable radiografía de tus pulmones. A Roy Cody la vida le ha dado muchos palos, pero él también le ha dado a la vida.

«Roy, ¿tú crees en el infierno?
No -le respondí-. Salvo que esté precisamente en la Tierra.»


Roy Cody, narrador y protagonista de Galveston es un matón a sueldo al que le acaban de detectar un cáncer de pulmón. Previo a esa noticia acababa de descubrir que la que él consideraba su novia, ahora se acuesta con su jefe. Por si fueran pocas alegrías, el mafioso para el que trabaja le prepara una encerrona de la que milagrosamente consigue salir vivo junto a una desconocida; una inocente y atractiva prostituta a la que el destino le une desde ese momento. Ya sólo queda la huida. ¿Pero cómo se puede huir de la muerte cuando la llevas a cuestas, cuando has provocado tanta? Roy es consciente que, «Como el asesino más puro, ya estaba muerto», pero también sabe que la vida es muy caprichosa y que al final es ella la que marca los tiempos.

Como si de trasladar una gota de sudor que está a punto de caer se tratara, la trama sigue la estela de los vientos huracanados entre las ciudades de Nueva Orleans y Galveston, dando saltos temporales entre 1987 y 2008, mimetizando en el ambiente el espíritu de los protagonistas.

«¿Entonces tu mente es como un nido de serpientes?
Lo has entendido perfectamente.»
                                                 
El escenario es desolador: el calor consume los días, que transcurren entre ciénagas, moteles y caravanas, apartamentos sórdidos habitados por engendros humanos; basura blanca preñada de desidia danzando a ritmo de country. Podía ser una historia más, pero ésta está muy bien escrita: «Texas se convirtió en un desierto verde capaz de machacarte por su vastedad, un mortero cargado de cielo» / «El humo flotaba por encima de los rizos abultados y tiesos de las mujeres como la niebla entre los icebergs.»

Roy, unas veces conmovedor y otras violento, sabe que en la vida siempre se pierde, y no le faltan a la historia grandes dosis de ironía; ni siquiera con su enfermedad logra dar pena:

«Me estoy muriendo.
Todos nos estamos muriendo»

Galveston es una historia de perdedores, de antihéroes a los que la vida les ha dado la espalda, desheredados con oficios miserables que desarrollan sin remordimientos, con los que la pluma de Nic Pizzolatto logra dibujar escenas inolvidables rociadas de diálogos que roturan el pensamiento; frases imposibles impregnadas del buen entender de Mauricio Bach Juncadella, su traductor:

«Sus pupilas oscilaron como si estuvieran siguiendo con la mirada los movimientos de un enjambre.»

Un buen día también la vida le mostró otros caminos a Roy, permitiéndole conocer el placer de la lectura: «Me sorprendió descubrir que existía esa libertad forjada exclusivamente con palabras.»



*Publicado originalmente en el blog literario El quiosco de los helados.

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